
Una tregua nos diste, muerte,
para pensar sólo en ella,
y así nos detuvimos,
porque no se sienten realmente
las almas en la premura.
Unos días nos diste,
fue un regalo aunque
apresado en tus brazos,
bella flor desmayada
bella flor desmayada
que orlara tantos jardines
con su aroma de rosales y poesía.
Y así dormida fue nuestra, en emoción,
pensamiento, cítara y ruegos.
Dulcemente, la acunamos
pidiendo a Dios poder
despertarla hacia la vida.
A ella, con sus ojos de pájaros
y sus dedos de lira y de cigarra,
su sonrisa dulce y serena.
Pero pudiste más, muerte,
fue tu hora de llevarla lejos
a su cielo final y prometido.
Y aquí nos quedamos heridos,
sus amigos, sus afines, sus escuchas,
con pañuelos blancos en las manos
despidiéndola con tristeza,
alzando en la memoria sus cantos
tan llenos de sueños y esperanza,
la belleza de su corazón derramada
dejando huellas para siempre
en las arenas hondas de nuestras almas.
Marysol Salval
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