Me descubres,
ejercicio impúdico,
que desnudas el alma
y dejas mi cuerpo en carne viva
flotando en un mar de éter.
Brotas así, cuando quieres,
paraje ígneo,
paraje ígneo,
ardes y centelleas los ojos,
desordenas a tu antojo mi espíritu,
tus llamas insomnes e ineludibles traspasan
alertando al vigía en su atalaya
para buscar la alianza
para buscar la alianza
del misterio azul-naranja que redime.
Desequilibrio que acechas
y enciendes el fuego eterno,
abrasas fuerte la garganta
y dinamizas la palabra
que se derrama ardiendo desde tu fuente,
tormento íntimo, hoguera que no cesas,
surges de la oscuridad a la luz,
imperiosa necesidad
estallas desde lo hondo,
alud que apuntalas los sueños,
persecución sin tregua de la existencia
que consagra el mundo
y autoriza la locura que pronto ampara.
Poesía, para poseernos, el éxtasis y el asombro.
Camino, destino, revelación,
roce de lo inalcanzable,
amor pleno, dicha, angustia,
desesperación, ruego,
blasfemia, conmiseración,
vida y muerte, rebelión, soledad…
Y paz, siempre paz.
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