
Hoy amaneció despejado y puedo disfrutar del sol que difunde sus rayos mansamente a través de las nubes, me gusta su envolvente luz y su calor serenos. Me pongo a caminar por los senderos del condominio en que trabajo, sintiendo la brisa veraniega que acaricia mi piel con suavidad, y los hermosos setos de flores me dan la bienvenida a lo largo del camino. Me gusta la elegancia frágil, pero vívida de los diminutos botones de las flores que se abren a la vida, y se sonrojan con encanto ingenuo sobre las ramitas verdes. Me agradan estos días largos del verano, en un mediodía airoso, el firme aroma del eucalipto, en el jardín, impregna el aire, y me cautiva el resplandor del día que va afirmándose. Me agrada ver las montañas al otro lado del lago, y sus orillas que parecen tan solitarias y melancólicas. Me complace soñar despierta. Una extraña sensación llena todo mi ser cuando en sueños vuelo sobre las cimas y los arroyos, monto briosos corceles alazanes en alas del viento y saboreo ávidamente la hermosura de interminables campos florecidos.Me gustan las flores. Ya sea la delicada margarita, la perfumada rosa, la pura lila, la exuberante hortensia o el elegante jazmín. Todas tienen algo que me atrae. Dios dotó a todas las flores de la misma dignidad cuando las creó, esto lo sé muy bien. Me gusta ver florecer las sonrisas en el rostro de las personas. Cuando me cruzo con la gente y sonriendo afablemente me da los buenos días, se me ensancha el corazón. Con tanta alegría que siento hoy, recuerdo otro de mis placeres. Llegar a casa después del trabajo y ver a mi esposo en la puerta, saludándome con una amplia sonrisa. Verlo apresurarse para llegar a mi encuentro y sellar mis labios con el mejor de sus besos. Me gusta oírlo pronunciar mi nombre. Hoy es un día hermoso, pleno, como la vida misma.
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