
Tenía yo ocho años cuando perdí a mi mejor amiga; mi primerísima mejor amiga. Enriqueta ( le decíamos Queta) jamás se quejaba; ni siquiera cuando jugábamos a los doctores y a ella le tocaba ser la paciente. Tampoco lloraba, aunque al jugar a los pelotazos nuestros hermanos mayores le lanzaran la pelota con tanta fuerza que le dejara el logotipo marcado al revés en las piernas. Queta era una niña fuera de serie.Del tiempo que compartíamos, buena parte la pasábamos frente a mi casa, en el patio del colegio Fiscal donde sus padres eran cuidadores. Me encantaba estar con ella, nos decían que juntas hacíamos un tablero de ajedrez porque ella era de raza negra y yo muy blanca y de pelo claro. En aquel patio, en el fondo, había un columpio perfecto que pendía de la rama de una higuera. Un día de enero, hace ya mucho tiempo algo salió mal. Yo estaba columpiándome tan alto como podía; más y más, de pronto el columpio inició su retroceso...sin mi. Yo seguí elevándome más, luego comencé a caer.- ¿Sabes qué? ¿Sabes qué? Me gritó Queta. No, yo no sabía qué. Todo lo que sabía era que el brazo derecho me dolía.-¿Sabes qué? ¡ Acabas de volar!...Parecía que el viento te llevaba....¡Y que volabas! Luego debes haber hecho algo mal porque te caiste.con mi brazo enyesado, tuve tiempo de hacer conjeturas científicas con Queta. Nuestra teoría era que, si una se mecía hasta alcanzar suficiente altura, sin desviarse, y saltaba del columpio en el momento preciso y en la posición correcta, era posible volar. Durante todo enero estuvimos esperando a que sanara mi brazo. Pasábamos la mano por el asiento de madera a fin de detectar cualquier astilla que pudiera echar a perder el despegue perfecto. También tirábamos de las cadenas para ver si había algún eslabón débil. Por fín llegó el día de febrero en que me quitaron el yeso. Queta y yo estábamos listas. Ese día íbamos a volar. Desde muy temprano nos turnamos: una empujaba, otra la mecía. Todo el día nos empujamos y nos mecimos, mas y mas alto, cada vez mas cerca. Ya era casi de noche cuando mi mamá me gritó que volviera a casa de inmediato.....Fingí que no la oía, hasta que mi madre pasó de ¡Maryy! a ¡María Soledaddd! ¡a tu cuarto!. Levanté la cabeza como si me esforzara para oir a alguien que me estuviera gritando desde otro barrio: ¿ Me llamas mamá?...está bien, está bien...ya voy. Caminé hasta la entrada de mi casa, cuando al fín llegué a la puerta, Queta, sonriente, desde el frente, me hizo una seña con el pulgar hacia arriba, como hacen todos los pilotos del mundo. De acuerdo, al día siguiente volaríamos; habíamos esperado casi todo el verano...un día más no importaba....Entré a casa, la puerta se cerró de golpe ¡Zaz!...Y luego la paliza.....En mi memoria he escuchado el golpe de la puerta miles de veces. Aquel fué el último día que vi a Queta. Al poco tiempo, mis padres se separaron y nos mudamos de casa. Queta, amiga querida, volví a buscarte luego de unos años para recordarte que teníamos una teoría, pero ya no te encontré, te fuiste lejos, me dijeron. Hoy te recuerdo con cariño, y quería decirte que nuestra teoría, con algunas variaciones, me ha dado resultado....puedo elevarme y volar....¡ahora mismo vuelo a tu encuentro!.....Un gran abrazo para ti.
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