Pintura: Ángel Cárdenas Forzán (Venezuela)


Mis flores esperan despiertas
a que abra el portón de la tienda,
no son tímidas conmigo,
me saludan cada mañana
con un estallido dulce de fragancias,
es un acto de amor su aromada entrega,
y mi alma agradecida en esa ofrenda disfruta.
Rojas, blancas, lilas, amarillas,
las rosas vehementes y amorosas
grandes, nimias, todas juntas como amigas
una a una con prudencia se acarician.
Los altos y erguidos liliums, irisados soldados,
muestran sus finas boinas
por sobre la alegre algazara
de elocuentes y ufanados crisantemos.
Peonías y hortensias siempre ligeras,
coquetas y vaporosas cautivan a los ranúnculos,
gentiles mozos ensortijados de oro,
y qué decir del lisianthus con su elegante atuendo
al iris le va entonando una sonata cautiva
mientras las calas danzan un vals de golondrinas.
Los girasoles marchosos tan infidentes
cuentan secretos de amores de cara al sol
pétalo a pétalo a las curiosas margaritas;
también a mí me los cuentan
cuando mis pasos y el viento agitan
sus leves pistilos rubicundos.
Para una novia que espera,
mis manos amadrinan la boda y el amor
con un ramillete limpio, esperanzado
de ondulados claveles y tulipanes gualdos
entre blanca mantilla de blonda gipsofila,
y más allá, bullente el vigoroso eucalipto
junto a las tersas hojas de la hiedra erguida.
La voz de Cats Stevens entona una melodía
memorial de mis arcanas vivencias,
y en esa remembranza inmersa
se escapan de mi cuenta las airadas astromelias;
ellas turbadas me miran como diciendo: ¡Despierta!,
y cabriolan inquietas sus coloreadas polleras
para que nunca más se me olviden.
Ahora escuche usted que empieza
el pregón de esta florista:
En mi tienda de cristales
las flores conceden dulzuras,
pase no más, con confianza,
la belleza nunca será demasía,
para alejar penas y mitigar fatiga
tengo pimpollos que dan consuelos.
A su casa lleve, señor, algunos,
un ramillete de amor envuelto
en papel de seda, el que elija.
Pida nomás, le aseguro
que se irá colmado de alegría.
Marysol Salval
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